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domingo, 6 de mayo de 2018

I used to think that the day would never come

Cuando salí de aquel pueblo, se escuchaba True Faith de New Order. Yo salía del pueblo con la sonrisa extensa y la cabeza en alto a enfrentarme a la ciudad. Iba con mis jeans blancos y mis zapatillas de esas las famosas, un polo a tiras verde, una camisa a cuadros verde, azul, marrón encima y un morralito desgastado. Mi caralavada, mi cabello corto, mis uñas sin pintar... todo sencillo todo a punto de explotar de emoción.  Atrás quedaba mi padre, sus lentes y el reflejo de la luz en su cabeza, atrás los compañeros, atrás las alegrías de mis pequeños encuentros con la ciudad a través de las visitas a extraños a los que les debía vender ideas. Debía vender emociones, vender que puedo entender a la masa y a las subculturas, que sé a través de qué y cómo hablarles,  que puedo hacerles sentir lo que ellos quieran que sientan. Un día negro, en el que se me desheredó de todo lo que creía que me había ganado, decidí irme sin tener hogar ni ruta, y  así, valorar mi aprendizaje, mi capacidad de ejecución y mi sufrimiento. Me fui con la sabiduría de la técnica que me enseñó mi padre, el trabajo arduo y los libros a enfrentar intrigas, poderíos y engreimientos de la vida adulta.




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